viernes, setiembre 02, 2005


4.
Se encontraron frente a la Biblioteca de Barranco. Carolina vestía un pantalón marrón, una camisa a cuadros y una casaca. Su pelo estaba amarrado en una media cola y llevaba un par de lentes que Mario no recordaba haber visto jamás. Caminaron en dirección al mar.
El día estaba pálido y pareciese como si en el cielo las nubes se trasladaran con un mínimo de esfuerzo hacia la nada. Habían llegado a determinado punto, caminando por el malecón de Barranco, cuando Mario dijo:
- Creo que me equivoqué.
- ¿A qué te refieres?
- Creo que lo arruiné.
- ¿Qué cosa?
- Todo.
Carolina asintió. Cruzó los brazos en un intento vano por calmar su ansiedad. Luego Mario torció una sonrisa (llevaba aquel sobretodo marrón, una camisa negra y un pantalón, llevaba también una bufanda y un par de lentes de cristal) y le dijo:
- Creo que he empezado a quererte.
Carolina sonrío.
- No sabes lo que estás diciendo.
Miraron el mar. El sol era un espectro blanco apenas visible tras el cielo gris de Lima. En invierno no hay atardeceres, no. Nada más anochece. Cada minuto se hace progresivamente de noche.
- No he vuelto a hablar con ella.
- ¿Te refieres a la chica de rulitos?
- Sí. No he vuelto a hablar con ella.
Mario fumaba un cigarrillo, usaba guantes negros.
- A veces me pregunto qué estará haciendo.
- Creo que te gusta torturarte
Y en seguida:
- ¿No has pensado que en cualquier momento puedes conseguir a alguien mejor?
Mario miró el piso. El cigarrillo yacía ahora aplastado, a medio fumar. Entonces Mario habló:
- Por eso estoy empezando a quererte, ves las cosas desde un punto de vista que yo sería incapaz de ver.
Carolina rió.
- No sabes lo que estas diciendo.
La expresión de Mario dejó de ser la de un chico con problemas sentimentales. Escuchó la risa de un transeúnte y un par de turistas hablando en algún dialecto incapaz de comprender. Mientras en frente suyo, Carolina le da un golpe con la palma de su mano, diciendo: qué tonto eres, antes de besarlo.